MATURIN MUCHA HISTORIA POCA MEMORIA


Estás páginas, sujetadas con pegamento en esa forma singular que el diccionario podría definir, por su escaso valor histórico o literario, como Cuadernillos, tiene una carátula, que aún cuando reproduce parte de un mural pintado por mí y referente a la los cientos de años de Maturín, solo está destinada a permitir su título “Maturín: Mucha historia y poca memoria” y además darle al libro algo de consistencia o rigidez externa.
Estas páginas, repito, las ofrezco en honor de ese agregado humano tildado por los españoles con el nombre de “indígenas”, en su equivocación de que estaban en la India, pero que en realidad desde mucho antes del año 3000 a.C, recorrían estos lugares ricos en caza y pesca, con una existencia nómada, de un ir y venir por los ríos sin contaminar, por las selvas y llanuras, sin que hubiera propiedad privada de los medios o instrumentos de producción, ni quien se apropiara particularmente de lo cazado o producido, lo que los marxistas denominan “el comunismo primitivo”; pero igualmente brindo estos repasos a aquellos otros grupos poblacionales extranjeros o criollos que vinieron aquí entre 1650 y 1780 y además a quienes por las ingeniosidades del destino o a las burlas del azar, forzados por la desconfianza y el miedo del sanguinario José Tomás Boves, fueron acarreados hasta Maturín en la denominada “Emigración de Oriente”, allá por el segundo semestre de 1814, y sumando: indígenas, blancos, negros y mestizos en su conjunto, bien en calidad de Pobladores o emigrados, el común lo denomina pueblo, pero que en realidad tal adicionado humano estuvo formado de personas de carne y hueso, con sus nombres, sobrenombres y apellidos de familia, sin dejar de mencionar que la creación del pueblo venezolano es una creación municipal. “En torno al Cabildo se hizo el vecindario y donde no hubo Cabildo el pueblo entero moldeó su existencia con sus manos”. La República fue una preocupación de la comunidad, “es una creación vecinal, del habitante en la ciudad, en la aldea, en el caserío. La ciudad logró su existencia histórica por el esfuerzo de los vecinos, hubo ciudad venezolana por el Ayuntamiento, que no es otra cosa que eso, ayuntamiento o agrupación de los vecinos para resolver las cosas públicas, para poner orden en la comunidad, para reglar la vida cotidiana”1.
Ellos, esos habitantes de Maturín, blancos, negros, indios y sus mezclas, estuvieron y residieron aquí, y si los clasificamos con el criterio o referencia de su barba o la leche que tomaron, fueron mamantones, imberbes, destetados, lampiños y otros más con apenas una ligera pelusilla en la zona del bigote; y las mujeres, preñadas, horras y en celo; todos en sus roles de hijos, novios, padres, hermanos o abuelos, que marcharon como reclutas o soldados de la guerra, o reservas y que la organización militar los convirtió en ejércitos, divisiones, batallones, escuadras o simples partidas de apoyo y que al final fueron acuchillados en la horrible matanza del domingo 11 de diciembre del año 1814, o en las luchas previas o posteriores que por la necesidad de su sobrevivir o por amor a la patria y a sus ideas, aquí estuvieron para defender al Maturín de esos años. A todos ellos, que aún hoy, sin nombre o sin siquiera un hipocorístico o un simple apodo, no podemos saber como se llamaron y carecen de toda identidad, ya que pasaron a formar parte del ambiguo y difuso nombre de PUEBLO y permanecen y permanecerán por el tiempo en los oscuros folios del olvido, sin ninguna oportunidad de ser mencionados, ya que son eso, puramente eso: Pueblo. No obstante, fueron el sostén de esas ideas y los primordiales y principales protagonistas de esas luchas por las cuales Venezuela finalmente obtuvo la Independencia de España y alcanzó el concluyente establecimiento de la República de Venezuela. A ellos, pues, dedico lo que aquí quedó escrito o pintado o esculpido y con su evocación convido a nuestros nuevos maturineses a que cuando lo lean o miren el Mural o toquen la escultura, los tengan en cuenta en el anonimato de Pueblo, en su doble papel de héroe, mártir, o ser ordinario, aun cuando no los podamos bautizar con una designación más precisa.



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